Gatunos, me he pensado mucho escribir o no esta entrada. Pero no podía callarme más tiempo.
A nadie debe faltársele el respeto. A nadie. A la mujer
tampoco. Y nadie se define como machista, ni hombres ni mujeres. Pero todos tenemos comportamientos machistas
que revelan que sí lo somos, digamos lo que digamos.
Esta historia transcurre a primeros de febrero en mi puesto
de trabajo. Era miércoles.
Estamos en un ambiente distendido entre compañeros, y eso es
relativamente bueno. ¡Bien!
La mayoría de esos compañeros se conocen hace tanto que se consideran
amigos. Y eso nos permite relajarnos y que
salga la naturaleza de cada uno.
Yo entonces aún tenía a mi lado a alguien que tutelara mi
aprendizaje, y dicho tutor rotaba cada semana. El tutor de esa semana era mi compañero David,
un veinteañero (supongo) de ojitos claros con carita de no haber roto nunca un
plato.
David estaba prendado de una de las compañeras. Y, como cualquier
inexperto en el tema, se dedica a meterse con ella … ¡Y ella se dedica a reírle
las gracias! Entre estas gracias, estaba
la de llamarla gorda (cuando la chiquilla tiene una figura envidiable).
Era miércoles. Llevaba 3 días escuchando a David hablar “a viva voz” con
otros compañeros de sus cosas. Y sonsacar a Cristina (5 mesas más allá),
causando risas y comentarios fuera de tono y de lugar.
Bueno, si fueran algo ocasional, bien pudieran considerarse
una broma. Tal vez yo no los entienda
como broma, pero no parecen molestarle a nadie (tampoco a ella).
Un día, una vez, y dos, y tres, vale. Tres días, a cada momento, diciéndole a voz
en grito (Cristina estaba a unos 3 metros) a una chiquilla, por ejemplo, que no
coma más que se va a tener que liar en una manta para ir a la playa … ¡tiene
castaña!
Sobre todo porque yo estoy trabajando justo a medio metro de
mi tutor, estoy hablando por teléfono, y el profesional al que atiendo se está
enterando.
Tres días son muchos aguantando comentarios machistas. Y sobre todo, porque esto ocurre en mi puesto
de trabajo, en una empresa que se dice seria y que nos exige firmar políticas
de empresa donde se respeten por igual a todos los compañeros.
En una de esas veces, le di en el brazo a David. Si bien Cristina y los otros no lo creían
así, yo sí considero que consistían en una falta de respeto hacia mi persona.
No tengo porqué soportar esos mensajes subliminales y vejatorios. Porque pueden
considerarse bromas una vez, dos veces y hasta tres. Pero no lo son un día y
otro y otro, una vez, y otra, y otra, y otra más … y así, sin parar.
Es desagradable trabajar al lado de una persona como David,
o como Tomás que le reía las ocurrencias.
Así se lo hice saber a mi tutor. Le dije que parara ya, que tenía una conducta
machista, irrespetuosa y denunciable … ¡Y ahí se lió!
Ese chavalín con cara de angelito se convirtió en una fiera.
Una fiera que pensaba que yo era uno de sus amigotes en vez de una compañera
con la edad de su madre. Ese compañero
que decidió que no me metiera en sus conversaciones “privadas”. ¿Desde cuándo una conversación a gritos y
entre risas y justo al lado de mi mesa es privada? ¡Más diccionarios hacen falta en este mundo!
Inmediatamente, David se levantó de su sitio. Volvió al
rato.
Cuando yo me calmé un poco, me fui a comentarle a los
supervisores lo que había pasado y el porqué de mi actitud. No quería que
hubiera malos rollos entre compañeros.
¡Tamaña sorpresa me llevé!
Resulta que David ya había hablado con ellos. Resuelta que a mí se me
toma por intransigente; que no entiendo
lo que son las bromas y el compañerismo; que no sé lo que es una amistad de
años; y que David se olvidó de su profesionalidad y no va a volver a ayudarme
en nada. ¡Toma castaña!
Desde ese mismo momento, el ambiente tan magnífico en el
trabajo se enrareció conmigo. Los amigotes cerraron bandas y tuve que escuchar
durante semanas comentarios entre ellos por lo bajini de “cuida’o que te
denuncio”. Además, se me tiene por malage, por criticar una conducta que no le
afecta a la supuesta afectada (Cristina).
Y yo me pregunto: ¿y
todo eso qué tiene que ver? Que a una
niñita no le importen ese tipo de “bromas” de mal gusto y recurrentes no lo
hace más respetuoso. Yo tengo que
trabajar al lado de una persona maleducada, que no separa su ambiente social de
mi ambiente laboral, que más que trabajar se pasa las mañanas vendiendo
cachimbas, y que se considera poco menos que el dueño de la empresa.
¡Cuánto mindundi con ínfulas hay en este mundo, señores!
Una vez más tengo que agradecer los amigos que tengo. No
tienen redes sociales, no les gustan que se publiquen sus fotos y no saben apenas
de nuevas tecnologías. ¡Pero cómo saben
comportarse donde sea!
Hace entre 34 y 28 años que son mis amigos. Jamás se le ha
ocurrido a ninguno llamarme gorda (y he llegado a pesar más de 90 kilos en
cierta época de mi vida). Jamás han bromeado con ninguna de mis flaquezas más
de 2 veces. Jamás me han faltado al respeto de ninguna de las maneras que se os
ocurran. Mis amigos/as no son machistas.
Algunos hay que cobran
más del triple que David, pero qué sencillez y humildad hay en sus
actos. Otros no tienen esa suerte, mas
qué generosos son a cada paso.
Por eso son mis amigos desde entonces. Por eso soy amiga suya después de todos estos años.
Y eso es
lo que me hace rica, el tesoro de mis amigos, que están cuando tienen que
estarlo.
¿Vosotros me comprendéis, mis Gatunos?