domingo, 18 de marzo de 2018

Machismo encubierto.


Gatunos, me he pensado mucho escribir o no esta entrada.  Pero no podía callarme más tiempo.
A nadie debe faltársele el respeto. A nadie. A la mujer tampoco.  Y nadie se define como machista, ni hombres ni mujeres.  Pero todos tenemos comportamientos machistas que revelan que sí lo somos, digamos lo que digamos.

Esta historia transcurre a primeros de febrero en mi puesto de trabajo. Era miércoles.
Estamos en un ambiente distendido entre compañeros, y eso es relativamente bueno. ¡Bien!
La mayoría de esos compañeros se conocen hace tanto que se consideran amigos.  Y eso nos permite relajarnos y que salga la naturaleza de cada uno.

Yo entonces aún tenía a mi lado a alguien que tutelara mi aprendizaje, y dicho tutor rotaba cada semana.  El tutor de esa semana era mi compañero David, un veinteañero (supongo) de ojitos claros con carita de no haber roto nunca un plato.
David estaba prendado de una de las compañeras. Y, como cualquier inexperto en el tema, se dedica a meterse con ella … ¡Y ella se dedica a reírle las gracias!  Entre estas gracias, estaba la de llamarla gorda (cuando la chiquilla tiene una figura envidiable).

Era miércoles.  Llevaba 3 días escuchando a David hablar “a viva voz” con otros compañeros de sus cosas. Y sonsacar a Cristina (5 mesas más allá), causando risas y comentarios fuera de tono y de lugar.
Bueno, si fueran algo ocasional, bien pudieran considerarse una broma.  Tal vez yo no los entienda como broma, pero no parecen molestarle a nadie (tampoco a ella).
Un día, una vez, y dos, y tres, vale.  Tres días, a cada momento, diciéndole a voz en grito (Cristina estaba a unos 3 metros) a una chiquilla, por ejemplo, que no coma más que se va a tener que liar en una manta para ir a la playa … ¡tiene castaña!
Sobre todo porque yo estoy trabajando justo a medio metro de mi tutor, estoy hablando por teléfono, y el profesional al que atiendo se está enterando.
Tres días son muchos aguantando comentarios machistas.  Y sobre todo, porque esto ocurre en mi puesto de trabajo, en una empresa que se dice seria y que nos exige firmar políticas de empresa donde se respeten por igual a todos los compañeros.

En una de esas veces, le di en el brazo a David.  Si bien Cristina y los otros no lo creían así, yo sí considero que consistían en una falta de respeto hacia mi persona. No tengo porqué soportar esos mensajes subliminales y vejatorios. Porque pueden considerarse bromas una vez, dos veces y hasta tres. Pero no lo son un día y otro y otro, una vez, y otra, y otra, y otra más … y así, sin parar.
Es desagradable trabajar al lado de una persona como David, o como Tomás que le reía las ocurrencias. 
Así se lo hice saber a mi tutor.  Le dije que parara ya, que tenía una conducta machista, irrespetuosa y denunciable … ¡Y ahí se lió!

Ese chavalín con cara de angelito se convirtió en una fiera. Una fiera que pensaba que yo era uno de sus amigotes en vez de una compañera con la edad de su madre.  Ese compañero que decidió que no me metiera en sus conversaciones “privadas”.  ¿Desde cuándo una conversación a gritos y entre risas y justo al lado de mi mesa es privada?  ¡Más diccionarios hacen falta en este mundo!

Inmediatamente, David se levantó de su sitio. Volvió al rato.
Cuando yo me calmé un poco, me fui a comentarle a los supervisores lo que había pasado y el porqué de mi actitud. No quería que hubiera malos rollos entre compañeros.
¡Tamaña sorpresa me llevé!  Resulta que David ya había hablado con ellos. Resuelta que a mí se me toma por intransigente;  que no entiendo lo que son las bromas y el compañerismo; que no sé lo que es una amistad de años; y que David se olvidó de su profesionalidad y no va a volver a ayudarme en nada. ¡Toma castaña!

Desde ese mismo momento, el ambiente tan magnífico en el trabajo se enrareció conmigo. Los amigotes cerraron bandas y tuve que escuchar durante semanas comentarios entre ellos por lo bajini de “cuida’o que te denuncio”. Además, se me tiene por malage, por criticar una conducta que no le afecta a la supuesta afectada (Cristina).
Y yo me pregunto:  ¿y todo eso qué tiene que ver?  Que a una niñita no le importen ese tipo de “bromas” de mal gusto y recurrentes no lo hace más respetuoso.  Yo tengo que trabajar al lado de una persona maleducada, que no separa su ambiente social de mi ambiente laboral, que más que trabajar se pasa las mañanas vendiendo cachimbas, y que se considera poco menos que el dueño de la empresa.
¡Cuánto mindundi con ínfulas hay en este mundo, señores!



Una vez más tengo que agradecer los amigos que tengo. No tienen redes sociales, no les gustan que se publiquen sus fotos y no saben apenas de nuevas tecnologías.  ¡Pero cómo saben comportarse donde sea!
Hace entre 34 y 28 años que son mis amigos. Jamás se le ha ocurrido a ninguno llamarme gorda (y he llegado a pesar más de 90 kilos en cierta época de mi vida). Jamás han bromeado con ninguna de mis flaquezas más de 2 veces. Jamás me han faltado al respeto de ninguna de las maneras que se os ocurran.  Mis amigos/as no son machistas.
Algunos hay que cobran más del triple que David, pero qué sencillez y humildad hay en sus actos.  Otros no tienen esa suerte, mas qué generosos son a cada paso.  
Por eso son mis amigos desde entonces.  Por eso soy amiga suya después de todos estos años.  
Y eso es lo que me hace rica, el tesoro de mis amigos, que están cuando tienen que estarlo.


¿Vosotros me comprendéis, mis Gatunos?










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