Ver a alguien que me desagrada (y me teme) me ha hecho darme cuenta del poder que tengo … y que no deseo.
Hablé con Dios anoche y acabamos tuteándonos.
Le conté que su pecho abierto era la barca que mecía mis miedos. Le dije que en sus manos grandes me perdía, que su boca hambrienta me sabía a mares, que en sus ojos negros hice tantos viajes, … Y Dios me entendía, porque, al fin y al cabo, Él le puso en mi camino … sólo para probarme.
A mis años, con mi experiencia y mis exigencias, yo perdí la prueba.
Arrepentida de no haber seguido mis propios dogmas, pedí perdón a Dios. Y Dios, en toda su justicia, me preguntó: “Y tú, ¿has perdonado?”
"¡Por supuesto!", contesté inmediatamente … e inmediatamente me quedé callada y cabizbaja. “Pero, peroooo”, aduje, “pero si yo no le deseo ningún mal … ¡a nadie!”. Y volvió a preguntarme Él: “pero, ¿has olvidado ya?. Si te teme, será por algo.”
Y entonces comprendí que no quiero dar miedo. No deseo esa carga tan grave. Me gusta pasear con la mirada alta (que no altiva), sonreír desde por la mañana, sentirme libre de culpa y dormir tranquila.
Entendí y perdoné. Del todo. No volveré a entrar en su vida. No me importa lo que me hiciera esa persona tan pecadora. Que Dios le perdone, que yo, por mi parte, ya lo olvidé.
De ahora en adelante, puede darse por indultado.
Valentines míos, el perdón sincero te da la paz que el mundo no puede quitarte. Os deseo la Paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario