lunes, 10 de octubre de 2016

Depresión postvacacional

Buenas noches, mis Valentines.  ¿Cómo empezamos la semana?
La semana pasada estuve en un curso intensivo, y apenas puedo percatarme de ello.  Pero hoy, lunes ya, sigo con mi síndrome postvacacional.
¡Y eso que no me fui de vacaciones!



Hoy estuve leyendo el blog de Isa, a quien conocí en el curso de la semana pasada (menudo equipo formamos entre 12 personajes buenos). En su entrada de hoy, Duda existencial, habla de los que van sembrando amarguras en vidas ajenas.  ¡Y mi depresión posvacacional me bajó de golpe, como la regla!

Tengo unos vecinos especialmente problemáticos.  No es que se droguen ni armen fiestas de madrugada, ni nada de eso, no.  Es que son amargantes.
Todo el mundo tiene un vecino tocapelotas y yo también lo tengo.  En el bloque, en el barrio, y en muchos otros sitios, lo conocen por su nombre, su apodo y un par de apodos chistosos (y alguno que otro insultante que no mencionaré).  Llamémosle, por preservar su privacidad, mi vecino Totoro.
Y no está solo.  Está él … y su mujer, que es peor que él, pero por lo bajini.  Llamémosle la Totora, seguidme el juego.

Jubilados ambos ya, Totoro y Totora, se tiran unas vacaciones de escándalo, de al menos 3 meses.  Son 3 meses de escándalo para mí, que los tengo enfrente.
Pero claro, las vacaciones se acaban.  Y se acaban demasiado pronto siempre.  Tanto, que si pudiera, les pagaba las vacaciones todo el año, aún apenándome por los pobres vecinos que les soportan esos meses de vacaciones (que nos consta con testimonios que les ocurre lo mismo que al resto de mi edificio).

Ya os iré soltando perlitas de esta pareja de desgraciados.   
¡Ay, se me acabó la paz hace 2 semanas!  ¡Terrible, mi depresión postvacacional!.



¿Cuántos Totoros/as hay en tu vecindad más cercana?

Un saludo, mis Valentines.

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