domingo, 3 de diciembre de 2017

Adviento

Tiempo de Adviento: oración, penitencia y alegría.

Hoy los cristianos comenzamos el tiempo litúrgico de la purificación.  Quedan unos días para que se nos anuncie un Salvador y unas 3 semanas para que nos nazca.
Y se nos dará un Salvador pobre, emigrante, desahuciado, desvalido y chiquenino.
En la historia original, sólo las malas gentes se acercan a verlo.  En la actualidad, es exactamente igual.

Nos llegó por fin la hora de poner las luces (siempre), el árbol (cada vez más) y/o el belén (cada vez menos).  A veces colgamos una tela con un niño Jesús medio en pelotas de la terraza, o un Papá Noel escuálido de la ventana.  Que digo yo, ¿alguien sabe de verdad qué tiene que ver el gordinflón de rojo con la Navidad?.

Ya es Navidad en El Corte Inglés, en las calles, en las administraciones de lotería, y, por supuesto, en el Internet.

Llega el frío, y con él yo ya caí enferma.  Empiezo a quejarme con todas mis ganas porque yo adoro la calor (sí, aun siendo sevillana).  Tengo que abrigarme mucho (demasiado, ¡qué agobio!) y ya tomo algunas medicinas. Y a menudo alguien me dice que me abrigue.  ¡Y me quejo!
Y entonces me doy cuenta de que no todo el mundo tiene abrigo ni medicamentos, ni quien le cuide.  Y ahí sé que comienza mi Adviento.
Adviento es el “ya va a ser la hora”.  Es la hora de tener esperanza, de ver una luz que alumbre mi camino. Pero tengo que ponerme en marcha.  Porque no puedo decir que espero al Salvador del mundo, si yo ya no quiero salvar ese mismo mundo.  Espero, pero en plena actividad.



Nos preparamos para la Navidad. 
   La comida de mi empresa es en 3 semanas y ya me apunté con mis compañeros (¡qué guapos los tíos con esos trajes tan bonitos!). 
   Pensamos ya en recetas especiales para agasajar a la familia, y dar envidia a los vecinos.  Y entre medias, nos hartamos de mantecados, turrones, mazapanes (¡me chiflan!), y otros cosillas que van cayendo. 
   Cuando la familia salga por la puerta, volveremos a olvidarnos de muchos de ellos, criticaremos al resto.  Y cuando los compañeros y conocidos se despidan, pediremos a Dios que les vaya bien, pero que nos vaya a nosotros mejor y podamos restregárselo bien el año que viene.
   Entre día y noche, bebemos porque es fiesta, y a veces festejamos para todo el año … y se nos va la boca (o incluso la mano) con alguien que no tiene culpa de nada.
   Ya estamos a dieta porque hay que entrar en el vestidito más escotado, corto y estrecho posible.  Y si es mejor y más caro que el de cualquier otra, pues mejor que mejor.  (Y rogamos que nadie lleve el mismo a la misma fiesta, o que le quede peor).  Con los kilos que perdí este año, renovar todo mi armario me está saliendo caro, pero sobre todo en modelitos de fiesta.
   El día de la Anunciación adornaré mi casa como cada año.  Tengo un belén completo y 5 misterios más (sí, me gustan mucho).  Detesto el árbol y a Papá Noel porque no los identifico con la Navidad por más que lo intento.  Siempre me quejo de tanto cacharro que pongo y quito yo sola (mis sobrinas ya crecieron) un mes después.
   Llegó el tiempo de salir arregladitos y perfumados casi todos los días.  Nos iremos de ligue.  Da igual si tenemos o no pareja. Si, total ¡no se va a enterar!
   Y nos asustaremos con los recibos de la luz, el gas y el teléfono. ¡Dios, cómo podemos gastar tanto! ¡Seguro que inflaron las facturas! 

¡El año que viene esto no va a ser así!  ¡Seguro!  Y no será así, seguro:  ¡será peor!.


Se nos olvida siempre que hay quien:
1) quien no tiene que comer, ni mucho ni poco;
2) quien no tiene familia;
3) quien le cuide y a quien preocupar;
4) quien no tiene compañeros ni conocidos que le dirijan el saludo;
5) quien no tiene que festejar;
6) quien sufre accidentes porque un borracho o un imprudente los provoca;
7) quien sufre anorexia, bulimia o vigorexia porque no acepta la bondad de su cuerpo como entidad saludable;
8) quien no tiene ropa alguna, o está sucia, rota o ajada;
9) quien no tiene casa;
10) quien no tiene quien le espere y le quiera;
11) quien no tiene luz, gas, teléfono … ni agua.

En el tiempo de Adviento no soy quien espera al Salvador.  Yo soy el Salvador.  Si yo no salvo, no estoy a salvo.  Si yo no hago el cambio, el cambio no vendrá.
Siempre pensamos en la penitencia como un castigo, pero para mí siempre es una liberación:  reconozco mi error y lo corrijo.  Si no me corrijo, no merezco el perdón.  ¿Para qué quiero, entonces, un Salvador?


No sé vosotros, pero yo quiero mantenerme en espera activa.  ¿Lo intentamos juntos?

Buen Adviento, mis Gatunos.

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